El Papa Benedicto XVI acaba de llegar a Camerún, en su primer viaje por tierras africanas, donde podrá comprobar los niveles de la enorme miseria, la mortandad, enfermedades y hambre que asolan ese continente, donde la presencia de la Iglesia católica en esas latitudes suele estar administrada, en muchos casos, por órdenes de misioneros, muchos de ellos ejemplares -ésos sí son santos y mártires-, que sí han entendido y practican el mensaje de Jesucristo.
Y allí, Benedicto XVI podrá comprobar el alcance de la maldita plaga del sida, como una de las mayores y mortíferas enfermedades del continente, sobre la que la Iglesia católica insiste en pregonar la abstención sexual y se declara contraria al uso de los preservativos. O sea, que el preservativo no, el aborto tampoco, pero el sida sí, y muertes, enfermedad y dolor por miles o millones, en el nombre de Dios, y la curia y los obispos en su opulencia, sus palacios y sus lujosos entornos.